jueves, 30 de octubre de 2014

Caperucita Roja; el lobo negro.

Débora estaba decidida a volver a la casa de su abuela en las inmediaciones del bosque para ver si conseguía rescatar los recuerdos enterrados en las arenas de la amnesia. Hacía un mes que le habían dado el alta en el hospital psiquiátrico y ahora ya podía hacer vida normal.
Demasiados golpes en una vida tan corta habían desequilibrado su mente. La muerte de sus padres en un accidente de coche cuando ella era una niña cambió su vida por completo. Pasó a ser adoptada por su abuela, la cual la cuidó como si fuera hija suya. Acababa de cumplir 20 años cuando una mala enfermedad le arrebataba a su abuela.
Débora recordaba los veranos que pasaba en la casa de su abuela con nostalgia. Sólo que algo ocurrió y no conseguía recordar. Algo  hizo que su abuela decidiera no volver más al bosque con su nieta, aunque su abuela no estaba dispuesta a vender la casa del bosque, le traía demasiados recuerdos. Además la casa había pertenecido a tres generaciones y no iba a ser ella la que la vendiera.
A Débora no le resultó difícil encontrar el camino que conducía a la vieja casa. Cuantas veces había recorrido el bosque buscando setas, espárragos o simplemente paseando tranquilamente.

La puerta estaba en el suelo. Sin duda la casa había sido asaltada por ladrones, aunque allí no había nada de valor económico pero sí sentimental La joven entró en la casa con cierto temor por si había alguien en el interior, pero pensó que estaba demasiado escondida para ser visitada por extraños.
Recorrió las estancias con extrema lentitud observándolo todo. Sin duda lo que más la impactó fue un traje de su madre con una capa y una caperuza roja. Su madre a ella le hizo uno igual cuando era una niña. Decidió probárselo. Tras ver que le quedaba perfecto recorrió la casa en busca de recuerdos.



En la sala de estar encontró un álbum de fotos de cuando era una niña. Allí estaba reflejada una parte de su vida y de la de su primo. Que tiempos aquellos tan maravillosos los de la infancia, hasta el día que perdió a sus padres.


Los recuerdos de la infancia perduraban en su memoria. Aún así había un vacío en su mente que no conseguía llenar.

Débora contemplaba el bosque majestuoso desde las ventanas. Tal vez si salía a dar una vuelta conseguía abrir la puerta de su mente que ocultaba los recuerdos. Cogió una cesta y un cuchillo con la intención de buscar setas mientras vagabundeara por el bosque.


Los rayos del tibio sol de otoño acariciaban su piel, los aromas de las plantas del bosque aumentaban su sensación de libertad. Débora disfrutaba de su paseo hasta que sin saber cómo ni porqué algo hizo que la puerta del olvido se abriera y dejara paso a los recuerdos olvidados. Una chica joven yacía en el suelo mientras era violada por un cazador. De repente la víctima consiguió desenfundar el cuchillo de caza del cinturón del acosador y terminó clavándoselo en el cuello. La joven con esfuerzo y repulsión consiguió salir de debajo del cadáver del cazador mientras corría despavorida con el cuchillo en la mano sin rumbo fijo.
No era usual que los lobos bajasen de las altas montañas en busca de comida, pero en esta ocasión un pequeño grupo se había separado de la manada y vagabundeaba por el bosque acabó destrozando el cuerpo del cazador. Nunca nadie culpó a Débora de lo ocurrido. Dos días más tarde encontraron a la joven con las ropas medio rotas sin rastro de sangre de la víctima y en un estado de shock amnésico. A partir de entonces la mente de  Débora ya no era la misma. Su mente sufría depresiones frecuentes e incluso algunas veces tenían que internarla en el psiquiátrico. Si su abuela sabía lo que le ocurrió, nunca le dijo nada de que la habían violado. Es curioso como la mente a veces nos hace olvidar los hechos para protegernos.
 

La última crisis fue hacía unas semanas cuando su abuela murió. Sus tíos la llevaron al médico y estuvo unas semanas en el hospital. Los recuerdos del pasado provocaron un cambio en súbito en su mente. Se sentía como un depredador sediento de sangre dispuesto  matar a todo aquel que se cruzara en su camino.
Débora volvió a la casa, cogió el cuchillo más grande que encontró, lo puso dentro de la cesta saliendo dispuesta a derramar sangre. Se había convertido en Caperucita feroz. Comenzaba la cacería.


Un leñador avanzaba por un sendero buscando los árboles más grandes que había marcado el guarda forestal para que los vecinos del pueblo vecino los cortaran para uso propio. Caperucita lo vio y salió a su encuentro.
-Buenos días. ¿Dónde vas por estos parajes? –Le preguntó el leñador con ojos libidinosos.
-Voy a buscar setas. Por esta zona recuerdo que solían hacerse muchas. –Contestó Caperucita con una dulce sonrisa. –Un chico tan guapo como tú no debería ir sólo por este bosque. Es un sitio que puede resultar peligroso. Puede haber lobos u otros animales peligrosos.
El joven extrañado le dijo: -Aunque los últimos lobos de las montañas fueron trasladados a un parque natural y ya no quedan por esta zona. ¿No debería decirte eso yo a ti?




-No. Por que yo conozco este bosque cómo la palma de mi mano. Se podría decir que el bosque forma parte de mí. Aunque el bosque este como tranquilo como una balsa de aceite no te fíes. “No te fíes de las aguas mansas, pues nunca sabes lo que se esconde en su interior.” Por cierto, ¿podrías darme un poco de agua si llevas? Estoy sedienta. –Le dijo Caperucita con astucia.
Después de calmar la sed le devolvió la botella al confiado leñador y en un descuido, mientras este guardaba la botella en la mochila Débora sacó el cuchillo de la cesta y le asestó una mortal cuchillada. El leñador cayó al suelo mientras la sangre de Caperucita corría por sus venas como un caballo desbocado por la subida de adrenalina. El lobo había descubierto el olor de la sangre y ahora necesitaba más para saciarse.


Caperucita vio a una mujer que iba haciendo senderismo consultando un mapa. Y se acercó a saludarla.
-Hola. ¿Hace un día precioso para pasear por el bosque verdad? –Le dijo Caperucita con una sonrisa en los labios.
-Si, aunque me parece que me he perdido. Iba siguiendo el sendero de los carboneros, pero la señalización no está muy clara. Aquí se ha perdido y no sé como bajar hasta el río para continuar hacia el viejo molino.
-Yo conozco este bosque muy bien. Si bajas por la senda de la derecha sin soltarla llegarás hasta el río. Una vez allí continuas río abajo y tranquila que a unos quinientos metro ya verás el molino.

-Muchas gracias. Si no hubiera sido por ti no sé si lo hubiera tenido claro con este mapa. Que pases un buen día.
Caperucita se despidió de ella. Lo que la senderista no sabía es que Caperucita la había encaminado por un camino más largo para llegar al río. Su intención era bajar por un atajo para esperar a su víctima oculta detrás de un árbol.



Ya casi podía oler a su víctima. Bajaba distraída mirando el suelo que pisaba para no dar ningún traspié. La pobre víctima no se esperaba que de detrás de un árbol una mano le tapara la boca al tiempo que algo afilado pasaba a la velocidad del rayo por su cuello. De repente todo se le hizo oscuro y cayó al suelo desplomada.

Caperucita se encontraba limpiando el cuchillo en el río cuando vio a un fotógrafo que se dirigía hacia el viejo molino.

“Este con lo entusiasmado que está con lo suyo seguro que será una víctima fácil. Lo esperaré dentro del molino por si se le ocurre hacer una visita. Y si no se decide a entrar ya lo cazaré por la espalda en un descuido que tenga”.
El confiado fotógrafo sintió curiosidad por entrar en el antiguo edificio. La planta superior y el suelo se habían derrumbado por el peso de los años. Desde el suelo se veían las ventanas de la parte superior decoradas con unas extrañas formas que le llamaron la atención. 

El hombre dejó el trípode y se dispuso a cambiar el objetivo de su cámara. Sería la última acción de su vida. A sus espaldas, por el umbral de una puerta aparecía sigilosa Caperucita blandiendo el amenazador cuchillo. Todo fue muy rápido. Ni siquiera se percató de la presencia de la joven. Lo único que sintió fue un agudo dolor en el cuello antes de caer de bruces.

Caperucita se sentía eufórica. No sentía ningún remordimiento por las víctimas, aunque si que sabía que el día pronto llegaría a su fin y empezarían a echar de menos a las víctimas. Pronto irían al bosque a buscar a los desaparecidos. En cuanto encontraran los cadáveres sería cuestión de tiempo que la buscaran y le dieran caza. Sabía que debía volver a la casa de su abuela, cambiarse de ropa y regresar a la ciudad. Sí, eso haría, volver a la ciudad. Tal vez una vez allí continuara con su particular cacería.   


Agradezco la colaboración de: María Cerveró "Caperucita Feroz", María José Biosca Betí, su madre "senderista", José Javier Vizcaíno Micó "leñador" y bueno al final hice yo de fotógrafo.


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