Débora estaba decidida a volver a la casa de su abuela en
las inmediaciones del bosque para ver si conseguía rescatar los recuerdos
enterrados en las arenas de la amnesia. Hacía un mes que le habían dado el alta
en el hospital psiquiátrico y ahora ya podía hacer vida normal.
Demasiados golpes en una vida tan corta habían desequilibrado
su mente. La muerte de sus padres en un accidente de coche cuando ella era una
niña cambió su vida por completo. Pasó a ser adoptada por su abuela, la cual la
cuidó como si fuera hija suya. Acababa de cumplir 20 años cuando una mala
enfermedad le arrebataba a su abuela.
Débora recordaba los veranos que pasaba en la casa de su
abuela con nostalgia. Sólo que algo ocurrió y no conseguía recordar. Algo hizo que su abuela decidiera no volver más al
bosque con su nieta, aunque su abuela no estaba dispuesta a vender la casa del
bosque, le traía demasiados recuerdos. Además la casa había pertenecido a tres
generaciones y no iba a ser ella la que la vendiera.
A Débora no le resultó difícil encontrar el camino que
conducía a la vieja casa. Cuantas veces había recorrido el bosque buscando
setas, espárragos o simplemente paseando tranquilamente.
La puerta estaba en el suelo. Sin duda la casa había sido
asaltada por ladrones, aunque allí no había nada de valor económico pero sí
sentimental La joven entró en la casa con cierto temor por si había alguien en
el interior, pero pensó que estaba demasiado escondida para ser visitada por
extraños.
Recorrió las estancias con extrema lentitud observándolo
todo. Sin duda lo que más la impactó fue un traje de su madre con una capa y
una caperuza roja. Su madre a ella le hizo uno igual cuando era una niña.
Decidió probárselo. Tras ver que le quedaba perfecto recorrió la casa en busca
de recuerdos.
En la sala de estar encontró un álbum de fotos de cuando
era una niña. Allí estaba reflejada una parte de su vida y de la de su primo.
Que tiempos aquellos tan maravillosos los de la infancia, hasta el día que
perdió a sus padres.
Los recuerdos de la infancia perduraban en su memoria. Aún así había un vacío en su mente que no conseguía llenar.
Los recuerdos de la infancia perduraban en su memoria. Aún así había un vacío en su mente que no conseguía llenar.
Débora contemplaba el bosque majestuoso desde las ventanas.
Tal vez si salía a dar una vuelta conseguía abrir la puerta de su mente que
ocultaba los recuerdos. Cogió una cesta y un cuchillo con la intención de
buscar setas mientras vagabundeara por el bosque.
Los rayos del tibio sol de otoño acariciaban su piel, los
aromas de las plantas del bosque aumentaban su sensación de libertad. Débora
disfrutaba de su paseo hasta que sin saber cómo ni porqué algo hizo que la
puerta del olvido se abriera y dejara paso a los recuerdos olvidados. Una chica
joven yacía en el suelo mientras era violada por un cazador. De repente la
víctima consiguió desenfundar el cuchillo de caza del cinturón del acosador y
terminó clavándoselo en el cuello. La joven con esfuerzo y repulsión consiguió
salir de debajo del cadáver del cazador mientras corría despavorida con el
cuchillo en la mano sin rumbo fijo.
No era usual que los lobos bajasen de las altas montañas
en busca de comida, pero en esta ocasión un pequeño grupo se había separado de
la manada y vagabundeaba por el bosque acabó destrozando el cuerpo del cazador.
Nunca nadie culpó a Débora de lo ocurrido. Dos días más tarde encontraron a la
joven con las ropas medio rotas sin rastro de sangre de la víctima y en un
estado de shock amnésico. A partir de entonces la mente de Débora ya no era la misma. Su mente sufría
depresiones frecuentes e incluso algunas veces tenían que internarla en el
psiquiátrico. Si su abuela sabía lo que le ocurrió, nunca le dijo nada de que
la habían violado. Es curioso como la mente a veces nos hace olvidar los hechos
para protegernos.
La última crisis fue hacía unas semanas cuando su abuela
murió. Sus tíos la llevaron al médico y estuvo unas semanas en el hospital. Los recuerdos del pasado provocaron un
cambio en súbito en su mente. Se sentía como un depredador sediento de sangre
dispuesto matar a todo aquel que se
cruzara en su camino.
Débora volvió a la casa, cogió el cuchillo más grande que
encontró, lo puso dentro de la cesta saliendo dispuesta a derramar sangre. Se
había convertido en Caperucita feroz. Comenzaba la cacería.
Un leñador avanzaba por un sendero buscando los árboles
más grandes que había marcado el guarda forestal para que los vecinos del
pueblo vecino los cortaran para uso propio. Caperucita lo vio y salió a su
encuentro.
-Buenos días. ¿Dónde vas por estos parajes? –Le preguntó
el leñador con ojos libidinosos.
-Voy a buscar setas. Por esta zona recuerdo que solían
hacerse muchas. –Contestó Caperucita con una dulce sonrisa. –Un chico tan guapo
como tú no debería ir sólo por este bosque. Es un sitio que puede resultar
peligroso. Puede haber lobos u otros animales peligrosos.
El joven extrañado le dijo: -Aunque los últimos lobos de
las montañas fueron trasladados a un parque natural y ya no quedan por esta
zona. ¿No debería decirte eso yo a ti?
-No. Por que yo conozco este bosque cómo la palma de mi
mano. Se podría decir que el bosque forma parte de mí. Aunque el bosque este
como tranquilo como una balsa de aceite no te fíes. “No te fíes de las aguas mansas,
pues nunca sabes lo que se esconde en su interior.” Por cierto,
¿podrías darme un poco de agua si llevas? Estoy sedienta. –Le dijo Caperucita
con astucia.
Después de calmar la sed le devolvió la botella al
confiado leñador y en un descuido, mientras este guardaba la botella en la
mochila Débora sacó el cuchillo de la cesta y le asestó una mortal cuchillada.
El leñador cayó al suelo mientras la sangre de Caperucita corría por sus venas
como un caballo desbocado por la subida de adrenalina. El lobo había
descubierto el olor de la sangre y ahora necesitaba más para saciarse.
Caperucita vio a una mujer que iba haciendo senderismo
consultando un mapa. Y se acercó a saludarla.
-Hola. ¿Hace un día precioso para pasear por el bosque
verdad? –Le dijo Caperucita con una sonrisa en los labios.
-Si, aunque me parece que me he perdido. Iba siguiendo el
sendero de los carboneros, pero la señalización no está muy clara. Aquí se ha
perdido y no sé como bajar hasta el río para continuar hacia el viejo molino.
-Yo conozco este bosque muy bien. Si bajas por la senda
de la derecha sin soltarla llegarás hasta el río. Una vez allí continuas río
abajo y tranquila que a unos quinientos metro ya verás el molino.
-Muchas gracias. Si no hubiera sido por ti no sé si lo
hubiera tenido claro con este mapa. Que pases un buen día.
Caperucita se despidió de ella. Lo que la senderista no
sabía es que Caperucita la había encaminado por un camino más largo para llegar
al río. Su intención era bajar por un atajo para esperar a su víctima oculta
detrás de un árbol.
Ya casi podía oler a su víctima. Bajaba distraída mirando
el suelo que pisaba para no dar ningún traspié. La pobre víctima no se esperaba
que de detrás de un árbol una mano le tapara la boca al tiempo que algo afilado
pasaba a la velocidad del rayo por su cuello. De repente todo se le hizo oscuro
y cayó al suelo desplomada.
Caperucita se encontraba limpiando el cuchillo en el río
cuando vio a un fotógrafo que se dirigía hacia el viejo molino.
“Este con lo entusiasmado que está con lo suyo seguro que
será una víctima fácil. Lo esperaré dentro del molino por si se le ocurre hacer
una visita. Y si no se decide a entrar ya lo cazaré por la espalda en un
descuido que tenga”.
El confiado fotógrafo sintió curiosidad por entrar en el
antiguo edificio. La planta superior y el suelo se habían derrumbado por el peso de los años. Desde el suelo se veían las ventanas de la parte superior
decoradas con unas extrañas formas que le llamaron la atención.
El hombre dejó el trípode y se dispuso a cambiar el objetivo de su cámara. Sería la última acción de su vida. A sus espaldas, por el umbral de una puerta aparecía sigilosa Caperucita blandiendo el amenazador cuchillo. Todo fue muy rápido. Ni siquiera se percató de la presencia de la joven. Lo único que sintió fue un agudo dolor en el cuello antes de caer de bruces.
El hombre dejó el trípode y se dispuso a cambiar el objetivo de su cámara. Sería la última acción de su vida. A sus espaldas, por el umbral de una puerta aparecía sigilosa Caperucita blandiendo el amenazador cuchillo. Todo fue muy rápido. Ni siquiera se percató de la presencia de la joven. Lo único que sintió fue un agudo dolor en el cuello antes de caer de bruces.
Caperucita se sentía eufórica. No sentía ningún
remordimiento por las víctimas, aunque si que sabía que el día pronto llegaría
a su fin y empezarían a echar de menos a las víctimas. Pronto irían al bosque a
buscar a los desaparecidos. En cuanto encontraran los cadáveres sería cuestión
de tiempo que la buscaran y le dieran caza. Sabía que debía volver a la casa de
su abuela, cambiarse de ropa y regresar a la ciudad. Sí, eso haría, volver a la
ciudad. Tal vez una vez allí continuara con su particular cacería.
Agradezco la colaboración de: María Cerveró "Caperucita Feroz", María José Biosca Betí, su madre "senderista", José Javier Vizcaíno Micó "leñador" y bueno al final hice yo de fotógrafo.
1 comentario:
Magnífic relat i il·lustracions!! Petonets!
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